martes, 20 de mayo de 2008

CRÓNICA DE UN REENCUENTRO


Una vez más, Sevilla tuvo que ser testigo de una experiencia única, casi celestial – al fin y al cabo éramos dos serafines (Serafín Garrido y Serafín Lugones), los otros, unos ángeles, Julián Molpeceres y Luis Barrios- (perdón por la broma).


Pero digo lo de celestial, porque yo creo que solo en el cielo habrá reencuentros de una intensidad emocional como la que nosotros vivimos (discúlpeseme lo cursi y “trascendente” de algunas expresiones, pero me salen así por las sensaciones vividas). Hacía cuarenta y cuatro años que no nos veíamos algunos de nosotros. Y habíamos pasado siete juntos entre nuestra infancia y primera juventud, allá en Córdoba


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No se si la “lunita plateada” brillaba en el cielo, porque, ya digo, como nos parecía que estábamos en él, no mirábamos a otra parte.

Y nos recorrimos esa noche, la del diecisiete de mayo del año dos mil ocho, para celebrarlo, una ruta del “tapeo” sevillano y nos tomamos unas “cabritas” y unas copitas y brindamos por esa vivencia inigualable, por la amistad incombustible, por Córdoba y por Sevilla.


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Lástima que al día siguiente Luis no pudiera acompañarnos.

Pero los demás continuamos interpretando nuestro bolero en nuestro “paraíso”. Al bolero le cambiamos la letra, porque lo nuestro ya nunca quedará en el olvido.


A todo esto,
y en todo momento y viviéndolo igual que nosotros, nos acompañaban tres “cielos”, tres guapísimas y maravillosas mujeres, las nuestras: Encarnita, Mariví y Maricarmen, que, sin conocerse, enseguida congeniaron.


Y así, ese día
siguiente por la mañana, después de visitar la Catedral y bajo la atenta mirada de la Giralda, recorrimos las calles sevillanas del Barrio de Santa Cruz, con su plaza de doña Elvira, riéndonos, abrazándonos y recordando peripecias de aquellos años.


Y creo que hasta el propio don Juan Tenorio, que la final fue al cielo,
nos miraba, curioso, a través de las rejas de la Hospedería del Laurel, cuando por allí pasamos.


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Y estas son cosas que a veces pasan en la vida; eso sí: pocas veces; y que yo doy gracias al Cielo -el cielo una vez más-, por haberlas vivido.